Hoy también ha sido un día duro. No hay forma de ponerse el día y el trabajo atrasado amenaza ineluctablemente con desbordarse. Hemos salido tarde y agotados, pero nuestra espalda no deja de recordarnos la tarea que nos habíamos impuesto: comprar un nuevo colchón. Casi como por costumbre enfilamos el camino hacia el Centro comercial, al igual que otros tantos cientos de sufridos ciudadanos con quienes vamos a disputar ferozmente una plaza de aparcamiento. El vehículo que nos precedía consigue arrebatarnos la última esperanza; toca marchar hacia la zona más alejada y seguir probando suerte. Allí quedó nuestro coche, en el más allá, y nos encaminamos hacia la puerta esquivando hábilmente los carros abarrotados con los que nos cruzamos. Saludamos a un par de amigos, a nuestra vecina del cuarto y, en el último momento, recibimos el severo placaje de un simpático promotor, el cual nos avasalla explicándonos las innumerables virtudes y ventajas sin cuento de una imprescindible tarjeta de crédito. "¡Y no necesita cambiarse de banco!", nos espeta a voces cuando por fin habíamos conseguido desembarazarnos de él y huíamos aliviados. No sabemos dónde está esa Sección, así que nos toca deambular por varios pasillos. Por el camino comprobamos qué difícil resulta sustraerse a tantas atractivas ofertas: "3x2, 70% la segunda unidad, 10% en vales de compras..."; reparamos en que la cesta que cogimos en la entrada, por pura inercia, ya va casi cargada: sardinas en aceite, cervecita holandesa, unos nuevos yogures...Y de repente, al traspasar una montaña de neumáticos -todos ellos muy rebajados- nos encontramos por fin con una colosal hilera de colchones primorosamente expuestos. Sentimos una extraña excitación ante el mundo que se abre ante nosotros, desconocido y sugerente a la par. Un reto a nuestra capacidad de decisión y discernimiento. Caminamos ansiosos entre ellos, los observamos, acariciamos su suave recubrimiento; comparamos su tacto, su color, su tamaño. Ni siquiera se nos escapa el peculiar aroma que desprenden, pero...¿cómo decidir? Anegados en un mar de dudas, vemos en el extremo contrario a nuestra salvadora con uniforme de la casa. Nos dirigimos allí a toda prisa, pero ¡maldición! un matrimonio septuagenario ha observado nuestra hábil maniobra e incrementa su velocidad en dirección a la diligente empleada. Sorprendentemente rápidos para su provecta edad, alcanzan el objetivo unas milésimas antes que nosotros. Así que toca esperar. Para matar el tiempo, nos acercamos a una amabilísima promotora que nos obsequia con una deliciosa degustación de salchichas veganas, cuya promoción y subsiguiente oferta, nos impulsa a terminar de llenar con ellas la puñetera cesta. Un cálculo rápido de lo que llevamos, 30 ó 40 euros más o menos. ¡Y los septuagenarios que parecen no tener prisa!

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